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viernes, 23 de abril de 2010

Juan XXIII al Presidente de la Comisión Pontificia del cine, radio y televisión


Carta del Papa Juan XXIII al Presidente de la Comisión Pontificia del cine, radio y televisión

Venerable hermano, salud y bendición apostólica:

Nuestra solicitud de Padre y Pastor se entregó, como convenía, desde el principio de Nuestro Pontificado a los graves problemas sociales, morales y religiosos que se derivan para la vida cristiana del progreso técnico y artístico de los medios modernos de difusión (cf. Carta del Eminentísimo Cardenal Secretario de Estado de Su Santidad al Presidente de la la Comisión para el Cine, Radio y Televisión, noviembre de 1958, núm. 117; Motu Proprio Boni Pastoris del 22 de febrero de 1959, AAS. vol. 51, 1959, págs. 183-187; Carta Encíclica Ad Petri Cathedram del 29 de junio de 1959, AAS, vol. 51, 1959, págs.500-501), nos ha impulsado a llamar la atención de las clases profesionales interesadas, de los responsables del bien público y de todo el pueblo cristiano sobre los deberes que dicho progreso plantea ante su conciencia.

Una fiesta particular nos depara hoy la oportunidad de renovar algunas saludables exhortaciones sobre el uso de uno de los más fascinantes descubrimientos de la técnica: el cinematógrafo. En efecto, estos días se cumplen veinticinco años de la publicación de la Encíclica Vigilanti cura dirigida a los Obispos de los Estados Unidos de América acerca de los espectáculos cinematográficos por nuestro Predecesor Pío XI, de inmortal memoria (c. AAS., vol, 28, 1936, pág. 249-263).

Ante todo queremos recordar con viva gratitud a nuestro Predecesor, que con espíritu. abierto a todos los descubrimientos no sólo resaltó los aspectos positivos de este invento sino que indicó también con todo cuidado los peligros que lleva consigo, si no va orientado al perfeccionamiento de los individuos y al verdadero bien de la sociedad.

Pues la Iglesia, floreciente siempre de juventud espiritual y rica en experiencia secular no ignora, por cierto, las ventajas que el cine puede ofrecer al hombre que necesita por naturaleza no sólo expansión corporal y espiritual, inmerso como está en las febriles ocupaciones de la vida, sino también condiciones nuevas e incremento de su cultura.

Al mismo tiempo esta Sede Apostólica comprueba, asimismo, los graves peligros que pueden provenir de las películas para la sociedad, para los individuos y especialmente para la juventud. Pues a veces "glorifican pasiones, son ocasión de pecado, apartan a los jóvenes del recto camino del bien, presentan la vida bajo una luz falsa, oscurecen el ideal de la perfección, destruyen el amor puro, el respeto al matrimonio, el afecto a la familia" (cf. Vigilanti cura, ibid., págs. 255-256).

Pero la Iglesia, madre solícita, no se limitó a notar los hechos. También estimuló y favoreció los esfuerzos de las mismas clases profesionales que tienen por finalidad el que la producción respete la ley moral (cf. ibid., pág. 252).

Después, previendo esta Sede Apostólica que el ardor y celo de los individuos puede entibiarse (confróntese Pío XII, "Discurso sobre el film ideal", AAS, volumen 47, 1955, pág. 506), quiso se creasen convenientes Órganos de vigilancia y propulsión (cf. Vigilanti cura, c. c., págs. 261-263), en el plano nacional e internacional para penetrar de espíritu cristiano este sector tan complejo y no exento de peligros pero también rico en promesas (cf. Carta Encíclica Miranda prorsus, AAS., vol. 49, 1957, págs, 783 y 804-805).

La dirección de estos Órganos fue confiada por nuestro Predecesor Pío XII, de santa memoria, a la Pontificia Comisión para el Cine, Radio y Televisión (confróntese Carta Encíclica Miranda prorsus, 1. c., páginas 768 y 805), que tú, venerable hermano, presides con tanto celo y tanta prudencia, y que Nos mismo hemos dotado de una nueva estructura y de mayor competencia (cf. Motu Proprio Boni Pastoris, 1. c., página 185) .

Sabemos bien que durante estos veinticinco años tantos hombres de buena voluntad de las Oficinas cinematográficas nacionales y de la Oficina Católica Internacional del Cine han realizado muchos y no inútiles esfuerzos para lograr un nivel moral, humano y cultural más alto de esta clase de espectáculos; con todo, a menudo circunstancias particulares y de orden general no han permitido por todas partes resultados duraderos.

No ignoramos, por cierto, que los males y errores en que se debate, desgraciadamente, nuestro tiempo, han influido negativamente también en el arte cinematográfico de lo cual no sólo provienen con frecuencia, especialmente para los jóvenes, incentivos al libertinaje y al vicio sino a veces se suscitan verdaderos ataques a los sacrosantos valores religiosos, con cuya destrucción se socavan los fundamentos mismos de la sociedad.

Con todo, hoy nos es dado comprobar también que el cine, aunque no lleno de fascinación para la juventud, no absorbe todo su tiempo y energías, puesto que gran parte de ella se dedica cada vez más al ejercicio de nobles competiciones deportivas y a las diversas manifestaciones artísticas. Más aún, en los grupos en que se presentan los films en discusión pública, se observa el esfuerzo siempre creciente por trasformar un arte erizado de peligros en un eficaz instrumento de cultura, de educación y de sano esparcimiento.

Frente a una situación semejante, que preocupa nuestro corazón de Padre, te exhortamos, venerable hermano, a emplear todo medio oportuno para intensificar los esfuerzos de todos nuestros queridos hijos, empeñados en llevar al arte cinematográfico la positiva aportación de los valores cristianos y a frenar los espectáculos decadentes, contrarios a las buenas costumbres; estos hijos que sabemos están animados de aquella rectitud de conciencia que se inspira en los principios inmutables de la ley divina y que no teme rechazar valerosamente lo que ofende a tal ley.

Efectivamente, se trata de un problema de gran trascendencia como es el de instruir, educar y formar la conciencia de los fieles de modo que seleccionen con criterio cristiano los espectáculos cinematográficos y se atengan con sentido de confianza y disciplina a los juicios morales emanados de aquellos que en cada Oficina Nacional están encargados de tal misión por la Autoridad Eclesiástica.

También deberá intensificarse por parte de los católicos un empeño constructivo y operante de estudio y acción en los campos de la psicología y de le pedagogía, de la crítica y de la investigación estética de los problemas que el cine lleva consigo para lograr lo más pronto una influencia directa del pensamiento cristiano en la misma producción cinematográfica.

Los copiosos frutos que ha producido hace veinticinco años la Carta Encíclica Vigilanti cura, y más recientemente la Carta Encíclica Miranda prorsus, nos inspira la confianza que también estas exhortaciones nuestras no quedarán sin eco en los corazones de todos los fieles.

En prenda de tal esperanza impartimos de corazón a ti, venerable hermano, a todos los miembros de la Pontificia Comisión que presides, a los Sagrados Pastores y a todos los que están a la cabeza de estas diligentes actividades, como propiciación de gracias celestiales, la Bendición Apostólica.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 29 de junio, fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, del año 1961, tercero de nuestro Pontificado.

IOANNES PP. XXIII

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* AAS 53 (1961) 491-495; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 813-817.

Original en el sitio del Vaticano

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