1. La vida de los otros, de Florian Henckel von Donnersmarck.
El capitán Gerd Wiesler, magistralmente interpretado por el recientemente fallecido Ulrich Mühe, como oficial destacadamente eficaz de la Stasi, la policía secreta de la antigua República Democrática Alemana, es el encargado de espiar a la pareja formada por el prestigioso dramaturgo y director Georg Dreyman (Sebastian Koch), y su novia, la actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedeck).
Las actividades opositoras del intelectual serán descubiertas por una vigilancia que vulnera toda intimidad, pero que al mismo tiempo mostrará al espía el verdadero rostro de sus víctimas.
2. Luces al atardecer, de Aki Kaurismäki.
Aki Kaurismäki nos tiene acostumbrados a un cine que permite una lectura trascendente de acontecimientos simples y de personajes menores, como si lo más grande y mejor se transparentase en lo más insignificante.
La posibilidad de una lectura espiritual del espectador indica hasta qué punto el director, con su cine, es capaz de comunicar incluso más allá de su voluntad deliberada de expresión, algo que sin duda ha de ser reconocido, en legítimo sentido, como arte.
3. Disparando a perros, de Michael Caton-Jones.
La denuncia que dio origen a la película, filmada ya en la reconocida Hotel Rwanda de Terry George, invita a superar la indiferencia sobre África y a asumir la responsabilidad que Occidente contrajo con el genocidio, y también con su antes y su después.
Para romper este silencio informativo y ético se nos presenta el sufrimiento y el valor de la entrega de aquellos que permanecieron solidarios en la hora del desastre.
4. Después de la boda, de Susanne Bier.
Esta película danesa realizada casi desde los postulados Dogma -lo que sigue demostrando el interés de esta propuesta nórdica- nos ofrece una trama dramática compleja y sorprendente.
5. El buen nombre, de Mira Fair.
Centrada en el personaje del joven Gogol, nos muestra a sus padres, Ashoke Ganguli, un hombre honesto y generoso, y Ashima, una cantante de música tradicional, que al casarse se trasladan a vivir en Nueva York.
El esfuerzo de fidelidad a las tradiciones indias y de integración de los progenitores contrastará con el estilo más individualista, consumista y de vacío espiritual del protagonista, que decide renunciar a su primer nombre como señal de autonomía y plena inserción occidental.
6. Once, de John Carney.
Una sencilla historia de amor más allá del simplismo rosa y que se difundió gracias al boca-oreja en los Estados Unidos hasta conseguir alcanzar el éxito.
7. Sin destino, de Lajos Koltai.
Primer largometraje realizado por este director de fotografía húngaro, se basa en la obra del premio Nobel de Literatura Imre Kertész Sin destino. Con una mezcla de autoreferencia y distancia irónica se nos presenta la historia de año y medio de la vida de un adolescente en los campos de exterminio nazis.
8. El final del espíritu, de Jim Hanon.
Nuevamente, otra película en clave de testimonio. En este caso basada en el asesinato de cinco misioneros evangélicos en plena selva ecuatoriana en 1956 y el proceso de reconciliación de sus familia con la tribu Huaorani.
Es un film con una factura sencilla, sin medios espectaculares, y a pesar de tener un guión demasiado previsible no cae nunca en el simple maniqueísmo.
9. La boda de Tuya, de Wang Quan'an.
Una película menor, pero llena de belleza y bondad, que recibió el Oso de Oro del último Festival de Berlín. Narra la fortaleza serena de Tuya, una joven que vive en los desiertos de la Mongolia interior cuyo esposo ha quedado imposibilitado y que tiene a su cargo dos hijos pequeños.
Sus esfuerzos de supervivencia, sobre todo cuando un médico le indica que su espalda no resiste trabajar tan duro, parecen abocados al fracaso. Pero su marido la convence para que se divorcie de él y se pueda volver a casar.
10. Cuatro minutos, de Chris Kraus.
Jenny es una joven presidiaria violenta pero inteligente que toca prodigiosamente el piano. Una anciana profesora pronto la tutela desde una severidad que cuadra bien con el carácter de la joven y que servirá para el acercamiento mutuo.
La confianza en los dones de Dios y en el poder redentor de la belleza a través de la música plantea un proceso de reconstrucción de las diferentes historias que se ven conducidas hacia la liberación. Hay una confianza básica en que, por destrozado que esté un ser humano, siempre es posible la rehabilitación.
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