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jueves, 11 de junio de 2015

Tolkien su Obra y su catolicismo












Tanto J.R.R. Tolkien, católico ferviente, como San Agustín, diagnostican la enfermedad que muchos padecen sin saber nombrar: el hombre siempre quiere algo mas, su corazón no encuentra reposo en la sucesión de eventos, placenteros o no. San Agustín, que es teólogo, dice con claridad que sólo en Dios hallaremos el reposo de los corazones. Tolkien, que está escribiendo literatura del género de fantasía, lo expresa de otra forma y anima a tomar "el camino que lleva al Oeste" donde reposan los corazones. En la Tierra Media de Tolkien, al Oeste sólo está el Mar, un Mar que lleva "mas allá de los círculos del mundo". Más claro es el rey Elessar en el Apéndice final del grueso libro: "no estamos sujetos para siempre a los confines del mundo, y del otro lado hay algo mas que recuerdos".

Cuando las películas sobre las obras de Tolkien se estrenaron en las pantallas de todo el mundo (El Hobbit y El Señor de los anillos) pudimos comprobar cuánto de la obra original de Tolkien ha pasado por alto el director Peter Jackson. La película es bastante fiel al libro y el director ha insistido en la importancia que se dará a la reflexión sobre la muerte, el amor y la lucha del hombre contra la maquina, los mismos temas que Tolkien señalaba en su obra. Eso son buenas noticias para la cultura cristiana y para una generación (¡otra mas!) que ha crecido con hambre de Belleza, Misterio y Verdad y que no sabe ni siquiera que es de eso precisamente de lo que tiene hambre.

J.R.R. Tolkien escribió: El Hobbit o El Señor de los Anillos que hunden sus raíces en toda una mitología y un mundo detalladísimo, recogido en El Silmarillion. Allí asistimos a la Creación, cuando Eru, el Único, reúne a los Ainur (espíritus de naturaleza angélica) para que canten ante Él y, creando, den forma al mundo. Ahí empieza el ciclo de la Tierra Media, del que todo El Señor de los Anillos, con más de 1.000 paginas, es tan sólo un capitulo.

Para el obispo ortodoxo ruso Seraphim Sigrist, la obra de Tolkien tiene la característica de ser una buena fuente de consejos, y por eso lo utiliza para ilustrar su capítulo "Ermitaño" (los ermitaños son quienes dan consejos a los caballeros artúricos) en su libro Theology of Wonder (Teología de la Maravilla). El obispo Seraphim es minoria dentro de la ortodoxia. Señalaba que la juventud rusa ha absorbido durante años con pasión la obra de Tolkien pero sus jerarcas más antioccidentales consideran que se trata de una operación del corrupto occidente para llevar a sus jóvenes al neopaganismo, a la brujería o al catolicismo, que para algunos de estos prelados no es mejor opción.

La obra de Tolkien ha representado una ráfaga de aire entre la asfixia sin alma del comunismo soviético y la deshumanización del capitalismo salvaje.

En el campo católico también hay quien desconfía de la obra tolkieniana. La mitad de las acusaciones que hace se parecen a las que los protestantes enuncian acerca de las imágenes e iconos: que distraen, que confunden, que no son usan términos bíblicos. Y ciertamente, la obra de Tolkien, como los iconos y las imágenes, incluso como la Biblia misma, si se usa mal puede alejar de Dios y llevar a la idolatría.

En este sentido, cabe recordar las palabras del padre Zenon Teodor, uno de los mayores iconógrafos vivos, que dice que si el icono no está enraizado en la adoración (de Dios, no del icono en sí), puede distorsionar la fe de la misma manera que puede hacerlo una teología no enraizada en la oración. La comparación de los iconos con la obra de Tolkien tiene otro sentido: los iconos (la Trinidad de Rublev, la Dormición o la Asunción de la Virgen, etc...) a menudo presentan escenas del Reino de Dios que no salen como tales en la Biblia. Son ventanas abiertas al cielo y cumplen una función de carisma profético: comunicar a los hombres destellos del Cielo. Algo de esto hay también en la visión que Tolkien tenía de la obra artística.

Quizá también la obra de Tolkien es carismática en el sentido que le daba San Pablo al término. Un carisma --definición usual- no es más que un don que Dios da a alguien para beneficiar a toda la comunidad. Tolkien tenía muy claro que él tenía un don, es decir, un bien --natural o sobrenatural- recibido de Dios. Esto puede verse en su cuento Hoja de Niggle (al que fr Horacio Ibáñez O.P. en su libro dedica un amplio capítulo), cuando el pintor, en el Más Allá, ve su obra completa: "Es un don, dijo. Se refería a su arte, y también a la obra pictórica". Pero cuando un don beneficia a muchos, se convierte en un carisma, en este caso, un carisma de profecía, es decir, de anuncio y testimonio del Más Allá.

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